jueves, noviembre 29, 2007

Natality en facebook

A partir de hoy voy a alimentar mi perfil de facebook con el feed de este diario. La idea es obligarme a escribir más a menudo por la presión de que alguna persona, aunque sea un amigo, pueda caer en mi blog. A la larga quisiera ir creando una red de padres jóvenes de Colombia e ir probando qué tanto se interesan en leer y participar en temas de crianza y embarazo. Tengo un proyecto ambicioso y muy emocionante en este campo.

lunes, noviembre 19, 2007

Babel libros

Estuve averiguando qué libros eran apropiados para los bebés más pequeñitos. Una joven mamá que coordina un programa de guarderías, me recomendó que fuera a Babel Libros, que ellos eran especialistas en literatura infantil y distribuían las mejores editoriales venezolanas, mexicanas y españolas en ese campo.

Me pareció una suerte que la librería quedara en mi barrio y me fui a visitarla con Jean-Marie y Amalia en su carrito. Queda en una de esas casas lindas de la Soledad con un pequeño jardincito en la 39A, dos cuadras arriba del Parkway. Fue un gran descubrimiento. En un espacio acogedor y bien organizado tienen libros verdaderamente lindos para todas las edades. Una señora muy amable me separó todos los que podían interesarme.

Hasta ese momento la sección de libros para niños de la Panamericana, con muchos libros de ilustraciones grandes y sencillas y millones de libros armables, me había impresionado en la última feria del libro de Bogotá. Pero la calidad de los libros importados de Babel Libros no tenía comparación. Las ilustraciones hacen soñar, los textos son divertidos y llenos de poesía. La encuadernación impecable. Aunque de cartón irrompible, los libros son ligeritos, con muchas más páginas que los que hasta entonces había visto y se ven como libros de bolsillo normales.

Entre los colombianos tenían toda la serie de Chigüiro del genial ilustrador colombiano Ivar Da Coll. No compré ningún chigüiro porque me dejé engañar por una falsa promesa publicada en el Tiempo que aseguraba que a los niños que se pasaran por una exposición de Da Coll que montaron en la Biblioteca Nacional les regalarían un libro (después de aguantarme una sesión de cuentos larguísima a cargo de una especie de recreadores de Norma, resultó que ya se les habían acabado los libros, pero "si gusta esperar otra media horita le damos un afiche").

Afortunadamente en Babel compré dos libros que le han fascinado a Amalia. El libro de los ruidos de editorial Corimbo y otro libro de Alfaguara para jugar a ponérselo de máscara. Muy a mi pesar constaté que los precios no son como para pasarse por allá todos los días. En Colombia los libros son bastante caros, pero los libros para niños lo son aún más. Terminé pagando más de
80.000 pesos. Aunque creo que valió la pena, pues los libros se volvieron el único juguete que la entretiene más de cinco minutos, para la próxima visita tengo el plan malévolo de invitar a la abuela con su American Express.

viernes, noviembre 09, 2007

Las princesas permanecen sentadas

Mi hija hizo parte del cuatro por ciento de bebés que no se voltean a tiempo para nacer de cabeza. Una presentación en podálica, como se conoce a este fenómeno, termina siendo una anécdota sin importancia dentro del universo de satisfacciones y preocupaciones que se abre con la maternidad, pero fue algo que me obsesionó durante las últimas semanas de embarazo.

Cuando me acercaba a la semana 34 de gestación algunas de mis compañeras del curso prenatal empezaban a preocuparse de que sus bebés siguieran sentados. Qué podían hacer para que dieran la vuelta, preguntaban. La matrona les sugería tomar una pequeña linterna y dirigir la luz desde el fondo del útero (la parte de arriba de la barriga) hacia el pubis, con la esperanza de que el bebé, cual polilla atraída por una lámpara, se moviera hacia la luz. -Qué ridiculez-pensaba yo entonces.

Pero más adelante, mi ecografía de la semana 36 reveló que la mugre muchachita, como empecé a referirme a ella, no se había volteado. El ginecólogo me anunció, sin dar mucho pie para discutir, que tendría que someterme a una cesárea. Yo había estado leyendo libros y sitios web de maternidad durante todo el embarazo y sabía, primero, que es posible tener un parto vaginal con un bebé en podálica, segundo, que en otros países los hospitales acostumbran realizar una maniobra llamada versión externa en la semana 37 o 38 para hacer girar a los bebés mal posicionados, y por último, que existen muchos ejercicios, procedimientos quiroprácticos y tratamientos alternativos que también se utilizan para voltear a los bebés.

-Pero, doctor, la recuperación de una cesárea es más complicada, ¿no es cierto?-, le dije para tantear su grado de flexibilidad.
-Eso no importa, -respondió- si uno no tiene carro pues le toca irse en bus porque no hay de otra. Ya te expliqué que en un parto natural hay un riesgo de que la cabeza del bebé se quede atorada y se muera-.
- ¿Y no hay nada que pueda hacer para que se voltee?-insistí entonces.
-No, y no vayas a tratar de hacerla voltear porque se puede enredar en el cordón umbilical y morirse ahorcada- me aseguró.

Creo que muchos doctores no quieren discutir todas las posibilidades con sus pacientes. Parten del principio que son unos ignorantes y creen, para completar, que lo mejor es que permanezcan ignorantes. Tras mucha investigación concluí que a pesar de lo que quieran hacernos creer no hay verdades absolutas en medicina. Y tanta lectura me iba dejando con más dudas y sospechas.

¿Las complicaciones asociadas a un parto vaginal con un bebé de pelvis son probabilísticamente mayores que las asociadas a una cesárea? O acaso son cualitativamente más graves? Y si es así ¿bajo qué criterios? ¿Se privilegia por ejemplo la vida del feto sobre la de la madre? ¿Acaso entran a formar parte de las decisiones médicas consideraciones legales como posibles acusaciones por mala práctica? O peor aún, consideraciones monetarias, o la conveniencia de poder programar una cirugía que no dañe el sueño o el fin de semana del obstetra? Un protocolo muy rígido impide quizás que los médicos aprendan y se entrenen en procedimientos que no entran en la ortodoxia, como recibir partos de pelvis?

A pesar de tantos interrogantes los argumentos de posible muerte fetal me hicieron sentir como una mezquina si seguía insistiendo en lo que había averiguado. En el fondo, mi razón para no desear una cesárea no era el bienestar de la niña, sino las expectativas sobre el parto que me había hecho durante nueve meses. Llegué a la conclusión de que como mi prioridad era tener un bebé sano, poco importaba la forma en que esto sucediera.

jueves, noviembre 08, 2007

Natalia se empieza a convertir en Natality

Durante más de cinco años fui periodista de la revista de información general Semana, que es la publicación semanal más importante de Colombia. Escribía las noticias internacionales y tenía una ácida columna de sexo en otra publicación del mismo grupo. Creía que era la gran promesa del periodismo de mi país y vivía en una lucha por acceder al reconocimiento que sentía que me merecía. Todo empezó a cambiar cuando pedí un año de licencia para hacer una maestría en París. Allí conocí y me enamoré de Jean-Marie, un francés guapísimo bastante menor que yo.

Cuando volví a Colombia entré en una crisis con mi trabajo. Había empezado a sentir eso que llaman conciencia de clase, y ya no quise seguir escribiendo temas de otros países. Empecé a trabajar en la versión online de la revista cubriendo temas sociales (desigualdad, desarrollo, salud, educación... ) Pero tampoco estaba contenta. Odiaba las intrigas y los juegos de poder clásicos de toda oficina, el ritmo en Internet era demasiado frenético. Me enfermé de estrés y terminé renunciando.

Por esa época, Jean-Marie, que ni siquiera sabía español, llegaba a Colombia a vivir conmigo. Yo acababa de irme de la casa materna a vivir a un apartamento grande y bastante costoso que mi mamá me había conseguido a unas cuadras de su casa. La renuncia era un problema que amenazaba los planes de matrimonio con mi novio. Tenía que encontrar un trabajo rápido para mantenernos, mientras él aprendía la lengua y buscaba un trabajo. El problema era que yo estaba sumida no ya en una crisis laboral, sino de identidad. No sabía qué quería hacer con mi vida, no tenía confianza en mis capacidades ni tenía claras mis prioridades. Todo esto se reflejaba en unas catastróficas entrevistas de trabajo.

Jean-Marie, en cambio, se adaptaba increíblemente rápido a la vida en Bogotá. En menos de dos meses ya hablaba español, preparaba arepa de huevo para el desayuno, conocía los mejores almorzaderos con bandeja paisa, subía a Patios en bicicleta los domingos y empezaba a dar cursos en una universidad.

Yo había aceptado un trabajo temporal de consultora que odié a los pocos días. Estaba tan triste y desubicada que Jean-Marie me propuso que hiciéramos un viaje por carretera de quince días por los pueblos de Boyacá y Santander. Empaqué ligero. Tan ligero, de hecho, que no tomé la caja de pastillas anticonceptivas. La regla me llegó en la mitad de la carretera entre Villa de Leyva y Arcabuco un 3 de noviembre. Recuerdo muy bien la fecha porque, como lo saben todas las mujeres que han estado embarazadas, el día del último período menstrual es la fecha que marca el inicio del conteo de los meses de gestación.

Al regresar de este viaje renovador no sabía la sorpresa que el destino me tenía preparada, pero tenía claro que quería seguir escribiendo. Quería escribir como trabajo o como pasatiempo pero por amor al arte y no para buscar reconocimiento. Escribiría free lance, lejos de las salas de redacción con mala calidad de vida. Para ello tendría que dejar mi gran apartamento y enfrentarme a mi mamá, que aunque respondiendo a los mejores sentimientos, podía llegar a ser bastante controladora.

Al regresar a Bogotá nos dedicamos pues con Jean-Marie a buscar un apartamento en un barrio menos costoso (vivíamos en Rosales) y que respondiera más a nuestro ideal de vida que al de mi mamá. Finalmente dimos con uno perfecto en Teusaquillo, muy cerca a las universidades del centro donde Jean-Marie empezaba a dar clases. Tenía una terraza y un arriendo tres veces menor que el anterior. Terminamos el trasteo justo a tiempo para que Jean-Marie se fuera a pasar navidad con su familia en Francia.

Estaba pues sola en un nuevo apartamento que daba a la Caracas en lugar de a la cañada de La Vieja, lejos de una mamá que por años se había encargado de resolverme todos los problemas, desempleada y sin una idea muy precisa de qué hacer con mi vida, cuando resultó que la regla no me llegaba.