viernes, noviembre 09, 2007

Las princesas permanecen sentadas

Mi hija hizo parte del cuatro por ciento de bebés que no se voltean a tiempo para nacer de cabeza. Una presentación en podálica, como se conoce a este fenómeno, termina siendo una anécdota sin importancia dentro del universo de satisfacciones y preocupaciones que se abre con la maternidad, pero fue algo que me obsesionó durante las últimas semanas de embarazo.

Cuando me acercaba a la semana 34 de gestación algunas de mis compañeras del curso prenatal empezaban a preocuparse de que sus bebés siguieran sentados. Qué podían hacer para que dieran la vuelta, preguntaban. La matrona les sugería tomar una pequeña linterna y dirigir la luz desde el fondo del útero (la parte de arriba de la barriga) hacia el pubis, con la esperanza de que el bebé, cual polilla atraída por una lámpara, se moviera hacia la luz. -Qué ridiculez-pensaba yo entonces.

Pero más adelante, mi ecografía de la semana 36 reveló que la mugre muchachita, como empecé a referirme a ella, no se había volteado. El ginecólogo me anunció, sin dar mucho pie para discutir, que tendría que someterme a una cesárea. Yo había estado leyendo libros y sitios web de maternidad durante todo el embarazo y sabía, primero, que es posible tener un parto vaginal con un bebé en podálica, segundo, que en otros países los hospitales acostumbran realizar una maniobra llamada versión externa en la semana 37 o 38 para hacer girar a los bebés mal posicionados, y por último, que existen muchos ejercicios, procedimientos quiroprácticos y tratamientos alternativos que también se utilizan para voltear a los bebés.

-Pero, doctor, la recuperación de una cesárea es más complicada, ¿no es cierto?-, le dije para tantear su grado de flexibilidad.
-Eso no importa, -respondió- si uno no tiene carro pues le toca irse en bus porque no hay de otra. Ya te expliqué que en un parto natural hay un riesgo de que la cabeza del bebé se quede atorada y se muera-.
- ¿Y no hay nada que pueda hacer para que se voltee?-insistí entonces.
-No, y no vayas a tratar de hacerla voltear porque se puede enredar en el cordón umbilical y morirse ahorcada- me aseguró.

Creo que muchos doctores no quieren discutir todas las posibilidades con sus pacientes. Parten del principio que son unos ignorantes y creen, para completar, que lo mejor es que permanezcan ignorantes. Tras mucha investigación concluí que a pesar de lo que quieran hacernos creer no hay verdades absolutas en medicina. Y tanta lectura me iba dejando con más dudas y sospechas.

¿Las complicaciones asociadas a un parto vaginal con un bebé de pelvis son probabilísticamente mayores que las asociadas a una cesárea? O acaso son cualitativamente más graves? Y si es así ¿bajo qué criterios? ¿Se privilegia por ejemplo la vida del feto sobre la de la madre? ¿Acaso entran a formar parte de las decisiones médicas consideraciones legales como posibles acusaciones por mala práctica? O peor aún, consideraciones monetarias, o la conveniencia de poder programar una cirugía que no dañe el sueño o el fin de semana del obstetra? Un protocolo muy rígido impide quizás que los médicos aprendan y se entrenen en procedimientos que no entran en la ortodoxia, como recibir partos de pelvis?

A pesar de tantos interrogantes los argumentos de posible muerte fetal me hicieron sentir como una mezquina si seguía insistiendo en lo que había averiguado. En el fondo, mi razón para no desear una cesárea no era el bienestar de la niña, sino las expectativas sobre el parto que me había hecho durante nueve meses. Llegué a la conclusión de que como mi prioridad era tener un bebé sano, poco importaba la forma en que esto sucediera.

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